domingo, 16 de octubre de 2016

Amistad: Unidad verdadera

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Cuento Judío

Una vez un padre estaba intercambiando ideas con su hijo sobre el tema de la amistad.

El padre dijo: 

—Sabes, hijo, es difícil hacer amigos.

El hijo le respondió: 

— ¿A qué te refieres papá? Yo tengo muchos amigos.

— ¿Cuántos amigos tienes? — preguntó el padre.

El hijo pensó un momento y dijo: 

— Los he contado. ¡Debo tener 200 amigos! (Y esto era antes de facebook).

— ¿200 amigos? ¿Un hombre joven como tú? — dijo el padre —. Es asombroso. No lo puedo creer.

— ¿Por qué papá? ¿Cuántos amigos tienes tú?

— ¿Yo? Durante toda mi vida he trabajado muy duro y sólo conseguí medio amigo.

— Pero papá, todos te quieren. Eres un hombre maravilloso. ¿De qué estás hablando... ¿sólo medio amigo? Y en todo caso, ¿qué es medio amigo?

— Mira hijo, tienes que saber si tus amigos son realmente tus amigos. Un amigo en los malos momentos es un verdadero amigo. ¿Por qué no haces la prueba y ves si tus amigos son realmente amigos?

El padre tuvo una idea. Siendo que esta historia tuvo lugar durante la ocupación romana de Israel, hace más de 2.000 años, debes saber que los romanos eran especialmente estrictos en lo que se refiere a la ley y el orden. Si agarraban a un asesino o a un ladrón, imponían un juicio rápido y duro sobre él. Y le hacían lo mismo a cualquiera que fuese cómplice del crimen. Era un asunto serio.

— Esto es lo que puedes hacer — sugirió el padre —. La sangre de una cabra se parece a la sangre humana. Toma una cabra, mátala y ponla en un saco. Luego, ve por la noche donde tus amigos y diles: “Tienen que ayudarme. Anoche fui a un bar y tomé demasiado. Había un hombre que comenzó a insultarme y nos pusimos a discutir. Me golpeó, y yo lo golpeé también, la pelea siguió en la calle, y lo golpeé demasiado fuerte y lo maté. Ahora tengo que deshacerme del cuerpo. Si no, estoy muerto”. Luego, pídele a tus amigos que te ayuden a deshacerte del cuerpo.

El hijo pensó que era una gran idea y lo intentó. Noche tras noche, tomó el saco con una cabra muerta en su interior y lo llevó donde sus amigos. Se demoró un par de semanas y unas cuantas cabras, pero visitó a los 200 amigos.

Como podrás adivinar, ninguno quiso ayudarlo. Todos entendieron que no era su culpa y que el otro hombre había comenzado la pelea, pero de ningún modo estuvieron dispuestos a hacerse partícipes del asunto.

Finalmente, el hijo volvió donde su padre y le dijo: 

— Papá, supongo que tenías razón. Mis amigos no son tan buenos amigos. ¿Qué hay sobre tu medio amigo? Quizás él me ayudaría.

El padre dijo: 

— Seguro, ponlo a prueba. Ve a su casa y dile que eres hijo de Jaim. Dile lo que pasó y ve si te ayuda o no.

Esa noche el hijo golpeó la puerta del amigo de su padre.

— ¿Quién es? —preguntó una voz asustada.

— Soy hijo de Jaim.

— Oh, ¡el hijo de Jaim! Entra. ¿Qué puedo hacer por ti?

El hijo le contó toda la historia sobre el bar y la pelea y el cuerpo.

— Bueno, la verdad es que no debería ayudarte, pero qué puedo hacer, eres hijo de Jaim.

Sacó el cuerpo al patio, cavó un hoyo y enterró el saco.

— Ahora vuelve a casa. Aléjate de los bares. Si alguien te insulta, mantén la calma. Pero sobre todo, olvida que alguna vez me conociste.

El hijo volvió donde su padre y le dijo:

— Papá, ¿por qué lo llamas medio amigo? ¡Es el único que me ayudó!

— ¿Qué te dijo?

— Dijo: “En realidad no debería ayudarte, pero eres hijo de Jaim, ¿qué puedo hacer?”.

— Eso es medio amigo —dijo el padre—. Alguien que hace una pausa y dice: “En realidad no debería hacer esto”, ese es medio amigo.

— Entonces, papá, ¿qué es un amigo de verdad?

Entonces su padre le contó la siguiente historia (citada en Shtei Yadot):

Dos jóvenes crecieron juntos y se volvieron muy buenos amigos. Vivieron en la época en la que el Imperio Romano estaba dividido en dos partes: una parte estaba controlada por un emperador en Roma y la otra mitad estaba dirigida por un emperador en Siria. Después de que ambos se casaron, uno se mudó a Roma y el otro a Siria. Comenzaron juntos un negocio de importación y exportación, y aunque vivían muy lejos, siguieron siendo muy buenos amigos.

Una vez, cuando el amigo de Roma estaba visitando Siria, alguien lo acusó de ser un espía de Roma y de estar planeando un complot en contra del emperador. Era un hombre inocente y sólo se trataba de un falso rumor. Entonces, lo llevaron frente al Emperador Sirio, quien subsecuentemente lo condenó a muerte.

Cuando lo llevaban para ser ejecutado, le preguntaron si tenía un último deseo. El hombre acusado suplicó:

— Por favor, soy un hombre inocente, pero no puedo probarlo. Entonces, si voy a morir, al menos déjenme volver primero a Roma, acomodar mis negocios y decirle adiós a mi familia. Ellos no saben de mis negocios, no saben quién me debe dinero ni dónde están mis bienes. Déjenme volver a Roma, poner mis asuntos en orden y luego volveré para que puedan ejecutarme.

El emperador se rió de él.

— ¿Acaso estás loco? ¿Crees que te dejaremos ir? ¿Qué garantía tendríamos de que volverás?

El judío dijo: 

— Espere. Tengo un amigo aquí en Siria que se quedará en mi lugar. Será mi garante. Si no vuelvo, lo puede matar a él en mi lugar.

El emperador estaba intrigado.

— Esto lo tengo que ver. Está bien, trae a tu amigo.

Entonces fue a buscar a su amigo de Siria. De acuerdo a lo esperado, el amigo accedió sin dudar a tomar el lugar del judío romano y a que lo mataran en su lugar si éste no volvía.

El emperador estaba tan sorprendido por este arreglo que accedió a dejar ir al judío romano.

— Te daré 60 días. Pon tus asuntos en orden. Si no estás de regreso para el atardecer del día 60, tu amigo estará muerto.

Y así el judío romano emprendió rumbo y se fue corriendo donde su familia para decir adiós y para poner sus asuntos en orden. Después de muchas lágrimas y adioses, partió con tiempo de sobra antes de que terminasen los 60 días.

Esos eran los tiempos de viajar en galeras, y a veces podían pasar varios días hasta que soplara el viento indicado. Como lo quiso la suerte, no hubo viento por varios días, el barco se retrasó, y para cuando el judío llegó a Siria estaba empezando el atardecer del día 60.

Como había sido acordado, los carceleros sacaron al amigo de Siria para la ejecución. En esos días, una ejecución era un evento de gala, y temprano por la mañana las multitudes comenzaron a reunirse. Finalmente, cuando estaban a punto de realizar la ejecución, llegó corriendo el amigo de Roma.

— ¡Esperen! ¡Deténganse! Estoy de vuelta. No lo maten. ¡Yo soy el prisionero real!

El verdugo dejó ir al amigo de Siria y estaba a punto de poner al judío de Roma en su lugar.

— Espera un minuto —discutió el garante indultado—. No lo puedes matar a él. Su plazo se cumplió. Yo soy el garante. ¡Tienes que matarme a mí en su lugar!

Los dos amigos fueron inflexibles por igual.

— ¡Mátame a mí en su lugar!

— ¡No, mátame a mí!

El verdugo no sabía qué hacer. La multitud estaba alborotada mirándolos pelear.

Finalmente, el emperador intervino. Sorprendido y asombrado, se volvió hacia los dos amigos y dijo:

— Los dejaré ir a ambos con una condición. ¡Háganme su tercer amigo!

Eso es amistad. Eso es unidad verdadera.
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