viernes, 7 de noviembre de 2014

ツ Diario de LSD. Parte XIII ツ

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Juicio y Sentencia por el Inofensivo Pecado Capital de jugar a superar a Dios

“¡Dios, Dios, Dios!” pensé-grité-imploré “¡Por favor, no, perdón-perdón-perdón!” Supliqué sin dejar de moverme. Pues para ese entonces mi cuerpo ya era una entidad propia, totalmente ajena, cerrando los pasadores de la puerta de la cocina con candado. Mi alma de seguro se encontraba ya siendo declarada culpable en El Tribunal Supremo de Justicia Suprema del Universo y siendo llevada a la Hoguera Eterna en algún lugar que hasta el mismo Antítesis del Eterno temblaría y se pondría a llorar como nene de pecho, en shock, de tan sólo pensar en ello.

Sí, merecía ser castigado, pero a pesar de que no merecía misericordia, quería misericordia, compasión. ¡Compasión! ¡Piedad! Comprendí, me identifiqué y más o menos me compadecí del Ángel Caído. Comprendí que cualquier ser humano, ángel o criatura del universo, al sentir tan sólo el roce de una chispa divina, podía bien sentirse El Ser Más bendito del Universo, o bien Igual o Superior al Rey de todo lo visible e invisible. Al Creador único e indivisible de todo lo manifiesto y lo inmanifiesto, lo conocido y lo desconocido. Entonces no era mi culpa, no era culpa del ácido, era la culpa de… ¡No! ¡Era la voluntad de Dios! ¡Dios quiso que tomará LSD y que me volviera Él, que me volviera loco! ¡No! ¡El jamás haría algo así, poner a sufrir a una de sus criaturas de éste modo! ¡Tiene que ser obra de…! ¡No, no, él, no, esto es cosa de Dios!” “¡Jaha!” me respondió la risa “¿A quién tratas de engañar?, Sabes que La voluntad de Dios es que cada quien tenga voluntad. Dentro de la predestinación todos poseen libre-albedrio. Siempre podemos elegir, ese es nuestro Gran Poder, Derecho y Regalo Divino. Uno elige elevarse a la Gloria o hundirse en la podredumbre. Uno elige la Gloria o el infierno. Acepta tu voluntad, acepta tu responsabilidad, tu libre albedrio” Y la risa era seria, demasiado seria. Seria y sombría. Como la voz de un muerto, un muerto que lleva muerto desde el inicio de los tiempos. 

Luego de que hubiese terminado este soliloquio un segundo-hora después, pude ver la hora del reloj del horno de microondas: Eran las “- - - - -“Cero horas. Nada, rayas. O hay tiempo. “Mierda, ahora si la jodí, ahora sí la jodí en serio, estoy jodido, estoy jodido” pensé queriéndome llevar las manos a la cabeza para arranarme los rayos de 100, 000 voltios que tenía por cabello.

Pero mi cuerpo siguió su curso hacia las afueras de mi casa, su casa, la casa. Desapareció.
 

Y este es el momento en que el Tiempo se detuvo. Absolutamente de detuvo. Donde pude ver las partículas que conforman la materia, la luz, las ondas “invisibles”, la radiación, la gravedad y hasta… “del tiempo mismo” ¡¿Qué?! ¡¿El tiempo también estaba hecho de partículas?!, Todo. Todo era… “redes hexnoséquégonales caleidoscópicas” de partículas enlazadas en patrones perfectos acomodados en múltiples filas, como de niños de escuela primaria, secundaria y preparatoria, acomodados por “Rol”. El “Rol” que desempeñarían en el “Día de Jugar a Ser”: Bomberos, policías y ladrones, jueces, doctores, filósofos, artistas, atletas, actores, vagabundos, locos de manicomio, parias…  Todos los “Niños-partículas” congelados en una foto ¿tridimensional? durante “el juego de la existencia” dentro y alrededor de toda la “Escuela de la vida”: La red, el entramado que une a la materia con la energía, así como las distintas manifestaciones de la interacción de estas dos, tanto lo visible como lo aquello “invisible” que hasta la fecha no había podido ser vista con telescopios, microscopios, cronoscopios, espectroscopios y todo instrumento óptico de observación, de medición. 

 “¡No, no, no, esto no puede estar pasando, esto no está sucediendo, esto es cosa del LSD, Esto no es real, nada puede moverse más rápido que esas pinches partículas que mi cuerpo se está yendo ahora a ver al Colisionador de Hadrones! Esto es cosa del LSD!” Me repetía con efervescencia maníaca desfasada. 

Pero la voz bromista y mamona decía “No, esto no es cosa del LSD, este es el Infierno a donde se van los consumidores de LSD” a lo que respondí moviendo enérgicamente hacia los lados mi “cabeza incorpórea” negando y renegando “No, no puede ser verdad, no puedo estar muerto, no estoy muerto, no estoy muerto, me encuentro ahora en Tampico, México. Me encuentro en Tampico, en mi casa. Mis padres están por llegar, mis vecinos están en sus casas viendo la tele”

“Ah, ¿sí? Entonces, ¿dónde está tu cuerpo? Inquirió burlona la voz acusadora en el Juicio de la post- vida que se celebraba en la sala de mi casa, en donde tanto la parte acusadora como la defensora estaba compuesta por mí, más el jurado, los testigos y el juez estábamos todos formados por sólo voces. El Gran Juicio Invisible en dónde de antemano sabía que tenía ya todas las de perder, que no tenía nada que alegar en mi defensa, que el universo entero había presenciado el más Grande Pecado Capital en una de las modalidades más horrendas de blasfemia, que parte de esos testigos era yo mismo, así que mis "yoes" también estarían dentro de los testigos y la parte acusadora, inquiriendo contra mí. 

Mientras tanto, en la cocina, yacía mi cuerpo que creía moverse a velocidades cercanas o superiores a las de Dios, suspendido en el tiempo y en la cuerda floja de la Predestinación, haciendo equilibrio con sus manos, sosteniendo en una el destino y en la otra el libre-albedrío, en un ojo el Derecho a La Vida y en el otro La Obligación a la muerte. Debajo, se encontraba el abismo en donde caería por los siglos de los siglos. Quizás el precio a pagar sería un ojo. Me acordé de mi “Dajjala”. Pensé que probablemente ella habría ya tomado su personal, profunda decisión, y que por ende, habría quedado tuerta. Por eso la había visto así, en el primer “mal trip” con LSD. Por lo tanto, más o menos sabía que existía una pálida, tenue, moribunda llama de esperanza, danzando en la casi extinta “vela de mi existencia”.

El juicio se llevó a cabo. Fue corto. Tan sólo tuve que pensar, decidir. Radicaba en mí la salvación o la condenación. No tenía nada en mi defensa, pero a su vez, yo sabía que nunca había sido mi intención y que jamás me había pasado por la cabeza el creerme igual que Dios. Que había sido accidental haber alcanzado esas velocidades fuera de lo permitido dentro de los límites de éste universo. Y sobre todo, había sido completamente accidental que se me hubiese formulado tal ocurrencia.

Pero tampoco quería perder un ojo. El “Yo-acusado” (” o sea “Yo” el que narra éste relato) acusado por el “Yo-acusador” (o sea, el Yo que nunca fui, que nunca fue y que no será, a menos que surjan enredos metafísicos graves) no quería que el “Yo” antes de que cometiera su ofensivísimo pecado mortal, perdiese su alma, su cuerpo, ni siquiera un ojo. No. Era Inocente. 

“Eso es" balbuceé, "Me declaro inocente del Pecado más grave cometido posible por ángel, demonio, hombre o bestia. Me declaro No-culpable de No saber lo que hacía. Declaro que mis ojos aunque estaban abiertos, aunque creía que nunca los tenía realmente cerrados, pues siempre tenía algo que ver y contemplar, en realidad estaban cerrados. Y siguen cerrados, pues no veía lo que hacía, no sabía lo que hacía y no sé lo que hago. Soy inocente, soy indefenso, soy nada. Soy nadie. Pero creo que todos, queremos algo, queremos ser alguien, aunque no sepamos qué ni quiénes somos, queremos ser alguien, algo. Algo más. Algo más que no quiere ni puede saber de límites. Queremos la invencibilidad, la invulnerabilidad, porque en fondo nos sabemos derrotados por el desconocido plazo de nuestras vidas, que es muy corto, porque aunque viviésemos miles de años, en la hora final, aún esos miles de años nos quedarían muy cortos, injustos. Queremos el poder, aunque no sepamos cómo controlarlo, queremos control, aunque no sepamos cómo usarlo. Por eso aunque tenemos ojos no vemos más allá de lo que no queremos, por eso aunque tenemos oídos, no escuchamos aquello que no queremos escuchar: la verdad, La realidad. Que somos lo que somos. Por eso, aunque tenemos una mente prodigiosa, y un corazón que puede hacerlo todo con amor y por amor, de que somos capaces de lograr grandes cosas, preferimos la evasión, entregarnos a la embriaguez de los sentidos, a la mentira, a la fantasía. Nada en verdad nos está velado con malicia. Las esencias de las cosas permanecen ocultas para que nosotros podamos alegrarnos y maravillarnos cuando las descubrimos, si es que nos atrevemos a ir a su encuentro en el que nosotros habremos de encontrarnos también a nosotros mismos. Y se supone que deberíamos de alegrarnos más de compartir los descubrimientos, pero somos egoístas. Es el ego que… yo… es el “Yo” que… no, No es el “Yo”, es el… Yo…este… emmmh…” Interrumpí abruptamente mi declaración previa al veredicto, sintiendo, creyendo sabiendo que había comenzado bien pero que conforme avanzaba mi discurso me enredaba, confundiendo, improvisando sobre la marcha, sin saber que decir al final realmente. 

Me di cuenta que el discurso no había sido del todo convincente, sentía que la “sala de la corte invisible” interpolada simultáneamente en la sala de mi casa” se encontraba como ausente. Como si no les importara realmente. ¿Cómo saberlo? ¿Si no podía verles, ni verme?

Todo lo que había dicho, aún si hubiese pronunciado un discurso conmovedor para mover naciones, incendiar revoluciones, había resultado al final un monólogo mediocre de un show de comediantes. Es más, realmente sentí fue que había estado murmurando cosas que no sabía sí había pensado o no. Todo había sido balbuceo de gorgojo, burbujeo de susurros sin sentido.

Percibí algunas débiles risas fantasmales de inmediato y aplausos que interpreté como burlones, en sonido monoaural, como de películas en blanco y negro. Me encontraba en vilo, sudando adrenalina pura invisible. No sabía si la Suprema Corte de Justicia Suprema del Universo se reía de mí, de mi condenación, del inquebrantable veredicto dictado por la órdenes directas de la Predestinación, se reían de algún chiste que se habrían contado entre los invisibles durante mi patética “defensa” o ¡¿qué?! 

Viejo Loco rejuverenacido en Sano eternamente Joven. Aprendizaje de Sabios sinsentidos.
Daba igual… pero entonces… entonces… luego de no percibir ya voces, de estar ahí en suspenso, aterrado… nada, así es ¡nada! El juicio nunca se había llevado a cabo. Me encontraba recostado en el mueble de mi sala con la mano sobre mi frente, como tomando mi temperatura, como fastidiado, cansado y con el sabor de la limonada en mi boca “¡¿Qué?! ¡¿Desde cuándo?! ¡¿Estoy en mi cuerpo?! ¡Tengo mi cuerpo! ¡Tengo mi cuerpo! ¿Entonces quiere decir que soy inocente? ¡¿Soy inocente?! ¡Soy inocente! ¡Fui perdonado! ¡Estoy perdonado! ¡Eso es! ¡Bravo, bravo, carajo! ¡Dios, gracias, gracias, gracias, Dios!” exhalé con el alivio más impregnado de gratitud posible. Vuelvo a la realidad, soy real. Tengo cuerpo, siento mi alma. Coloqué mis dedos índice y anular sobre mi muñeca, puse mi mano sobre el pecho, sentí mi pulso, mi corazón, acelerados, pero dentro de “lo normal”, deje la mano sobre mi pecho, sentí como se expandían y retraían mis pulmones. ¡Paz! ¡Paz, paz, Bendita paz!
Comprendí entonces en ese momento seis cosas al mismo tiempo:

1.- Lo que se sentía moverse a velocidades superiores a las de las partículas sub-atómicas que son más rápidas que la luz.

2.- Lo que hubiese sucedido de haberlo logrado.

3.- Que justo cuando crees que has roto un límite, inmediatamente esa ruptura se convierte en otro límite. Que justo cuando creías que habías alcanzado la cima, descubres que es apenas el primer escalón de una cima mucho más grande. 

4.- Que a su vez los límites no existen. Ni siquiera los de la velocidad. Pero a la vez, esa “Ilimitación” es el límite final irrompible, imbatible. 

5.- Que al universo no le importa realmente que leyes quebrantes. Mientras tengas consciencia de tu grado de culpabilidad o inocencia, tu grado de implicación, afectación, y que aceptes las consecuencias. Sí, suena raro, pero algo así más o menos me quedó entendido.

6.- Los grados de consciencia de inocencia o culpabilidad en el cumplimiento/quebrantamiento de leyes cósmicas, así como los grados de implicación y afectación, están determinados por el pensar, el sentir y el hacer, siendo el de más trascendencia el hacer, pues el hacer es la realización, la cristalización del pensar y el sentir.

“¡Joder, que profundo!” me llevé las manos en forma de garras a los pómulos “Entiendo, entiendo. Tengo entendimiento”, parpadeé, arqueando las cejas, pensando firmemente que algo nuevo y profundo se me había revelado. Sintiendo que era un Sabio. Un Sabio Loco, que había pasado por varios procesos de formación: Estatua de barro, de sangre coagulada, de carne, de luz, de sal, y ahora de todo lo anterior junto, luego de haber sido arrasado por torbellinos de vientos electrificados,  golpes de terremotos, olas de maremotos y cuchilladas de disparates auto-inducidas. 

Convencido estaba de que era ya el auténtico retrato de El Loco Primigenio.
Pero aun así, podía cambiarlo. Podía romper esa última cáscara, máscara, disfraz, recubrimiento de loco para renacer como un Sabio coherente entre lo que piensa, siente, dice y hace. Lo que es más, que sería el comandante que ordenaría qué, cómo y cuándo hacer todo eso. Tener control, dominio sobre mí mismo. 

Supe además, que todas esas vivencias, tanto de mi primer y segundo viaje con ácido, estarían grabadas en mi subconsciente en ésta vida, y en las posteriores. Que vería escenas y las “reviviría” en el momento del desprendimiento de mi cuerpo físico sin vida. 

Me levanté del mueble de la sala “normal”, fui hacia la cocina, miré la hora “normal” del horno de micro-ondas marcando 11:11. Surgieron Dejavús de recuerdos de haber visto esa misma hora incontables veces en el pasado, y otras tantas en el futuro lineal de mi vida. 

Estaba tranquilo, mucho más tranquilo, pero todo mi cuerpo seguía temblando como enfermo hiperactivo de Parkinson recién bajado de la más alta y rápida montaña rusa, al que le acababan de suministrar 100 ml. de adrenalina. Pero todo bien, todo bien. Estaba en paz. Esos eran síntomas remanentes completamente normales y benignos, dentro de un cuadro recién salido de Locura. La más delirante locura. 

“11:11…eso quiere decir que…eso quiere decir que… que han transcurrido… desde que me puse el papel de LSD bajo la lengua a las… ¿a qué hora había iniciado el viaje? ¿Qué día? ¿Qué día era? ¿Qué mes, que año? No sabía en qué fecha me encontraba, sabía que estaba en el presente, en el “ahora”, pero no sabía el cuándo de ese ahora. Tampoco recordaba mucho la secuencia de los números en el reloj. De hecho, no sabía que seguía de 11:11. Hice un esfuerzo supremo. Sabía que en el orden natural de los números naturales, la cosa era 1-2-3-4… y así, de hecho, repetía en voz alta la secuencia del 1 al 10, del 0 al 10. Llegué al 11. Pero 11:11 se me hacía una número inexistente, imaginario, imposible. Sin sentido. 

Sabía que en cualquier momento tenía que cambiar de hora, claro, recordaba el mecanismo de los relojes. Me quedé viendo el reloj del micro-ondas esperando el cambio, igual que un perro que aguarda desesperado tras la puerta el regreso de su amo, tras una larga jornada. Pero no cambiaba. Pensé que había pasado ya algo equivalente a la espera de un minuto. Pero recordé que en situaciones de tensión emocional y sumándole los efectos de tiempo expansivo del LSD, el paso del tiempo podría parecer lento. Demasiado lento y tal como lo había experimentado personalmente ya muchas veces con el químico: eterno. 

Pero mantuve la calma. Ahora era un iluminado, por supuesto. Un autoproclamado y autosabido Sabio renacido de las cenizas de un lunático fulminado por el colapso flamígero de sí mismo sobre su centro-de-nada.

Bueno, no le di importancia. Pensé que ya había adquirido más experiencia en esto de los viajes con ácido, aunque la cosa hubiese parecido ir mucho más allá de un “viaje” de entre lo que cabe “ordinario” con ácido. 

Abrí el refrigerador. Ahí estaba la jarra de limonada hasta la mitad de líquido. Supe que sí había bebido de ella. Y supe que todo el “show dramático del Juicio Final sobre mi alma” nunca se había llevado a cabo, que todo había sido “una suposición de lo que pasaría si…” una emulación hiperrealista ensoñada de lo que hubiese sucedido de haber violado las leyes del universo de tan grotesca pero fascinante manera. Más estaba seguro de que esos efectos de hiper-velocidad sí los habría logrado en estado alucinatorio y que, aunque no sé de física cuántica, esas cosas eran el resultado innegable de acelerar partículas, chocarlas, aniquilarlas, bañarlas con radiaciones, etcétera (de hecho, al final de éste relato expresaré algunas interpretaciones, conjeturas acerca de la visión alegórica personal sobre el mundo sub-atómico)

No tenía sed, pero al igual que la vez del viaje pasada con mi “Malévola” Bendita Maestra, sentí que debía de hidratarme, alimentarme aunque no tuviese sed ni hambre, pues el esfuerzo mental y físico había sido inmenso, que tenía que cuidarme. Bebí más de la jarra, y sentí el sabor aunque disminuido (claro, estaba soñando) tomé una manzana roja, le di dos mordidas, cuatro masticadas y tragué pedazos casi completos de la fruta.  

Luego sucedió una breve elipsis e inconsciencia. Desconexión con mi voluntad y atención.
El Océano del Sueño Sin  Fin.
Me encontré otra vez en la recámara. 

Aquí la odisea perdió su cualidad y calidad de sueño lúcido, pero no “efectos entretenidos audiovisuales”: remolinos de fractales multicolores, danzas calidoscópicas de figuras aleatorias, manchas, “nervios” y ruedas giratorias fosforescentes (como cuando se ejerce presión sobre los párpados durante varios minutos, lo que llamé antes “amorotonamiento” o “entumecimiento cosquillento”).

Luego de esto, vino un “paseo-relax” a través de líneas de luces que interpreté de movimiento, como en las fotos con bulbo, equivalente en animación a esos efectos de cámara rápida del video musical de “Ray of Light” de Madona, sólo que sin música ni Madona. O un ejemplo más friki y nerdoso: el efecto de desplazamiento hiperveloz del Halcón Milenario de Star Wars.

Los rayos de luces alargados eran evidentemente, objetos del camino, así como luces naturales y artificiales en el mismo. Parando de vez en cuando en un lugar distinto. Y cada “parada” venía acompañada con un “flashazo estabilizador”. Algunos lugares eran familiares, lugares en los que había vivido o visitado, otros eran de vagos recuerdos o de plano, de los cuales tenía total desconocimiento (todos los lugares eran terrestres). Y a todo lugar al que iba, era de noche y sin rastro alguno de personas. Nadie. Sólo algo parecido a “ecos retardados” de sus voces lejanas.

Estuve en cocinas, patios, recámaras de casas de amigos, conocidos, familiares, extraños totales. Estuve en mi primera, segunda, y tercera casa de Cadereyta, en las calles de las colonias, que, al juzgar por los automóviles estacionados y detenidos en plenas calles, eran los años 80´s.  Estuve en Barrio Antiguo en Monterrey a mediados de los 90´s. En la cima del Cerro de la silla, a finales de milenio, la Ciudad de México, a principios del presente siglo…

Luego me vinieron escalofríos helados, vértigo, supongo por la velocidad, aunque no la sentía realmente (atribuyo ésta sensación a que mi cuerpo durmiente habría estado expuesto, destapado en algún momento a la brisa helada del exterior que entraba por la ventana). Surgió luego un borroso murmuro que decía algo sobre el LSD, que me hizo recordar que me encontraba soñando. Recordé que estaba soñando, que había consumido LSD dentro de un sueño lúcido. Aunque el sueño no retomó su hiper-realismo, la lucidez, siguió abstracto y oscuro. 

Supongo que el “estremecimiento frío” se habría de haber transformado en un repentino “miedo” como de un susto, un susto desestabilizador, de esos que uno “siente que se cae” mientras se está adormeciendo, aunque no hayan escenas en el proyector mental, relacionadas con precipicios ni caídas. 

No hubo – repito – una segunda fase de sueño lúcido. El transcurso del sueño sugería imágenes propias de los “sueños normales” (ni muy realistas ni muy abstractas). En ésta nueva fase en el que se expandía el “miedo injustificado”, una “voz en off” que reconozco como la mía cuando pienso o leo (no como la que es escuchadas en grabaciones, que desconozco y me avergüenzo al oír) dijo con tono de burla, pero amigable:  “Jaha, ¿ves lo que pasa por andar emocionándote de más, queriendo aprender sobre alucinógenos? ¿Ves lo que pasa cuando te concentras tanto sobe un sólo tema?” No te preocupes, es bueno, donde está la atención está el poder, todo lo que tenga que ver con trascender es bueno, con romper tus propios límites, eso es evolucionar.  Estás soñando. Y éste es un nuevo nivel de sueño. Un nivel que nunca habías alcanzado, ni te habías propuesto alcanzar. ¿Puedes sentirlo? ¿Te das cuenta? Debes de estar feliz de estar progresando. No tengas miedo, en verdad estás progresando mucho. La intención concentrada y dirigida, la voluntad es la clave de todo progreso, de la evolución, de la mutación. Es natural que tengas miedo de perderte, de volverte loco, de no poder regresar jamás a quien eres, lo que eres, de lo que conoces, de lo que tienes. De terminar muerto, de que a todos a quienes quieres y que te quieren se angustien con tu pérdida. Pero eso, poco a poco lo irás superando. No tengas miedo, no tengas miedo del infinito, la eternidad. Ninguna locura es para siempre, ninguna confusión, ningún extravío. La muerte no existe, tampoco el olvido. Debes de estar seguro, trabaja ahora en la seguridad, en confiar en ti mismo, en que todo saldrá bien, de que aún las cosas más desagradables que te creas que te puedan ocurrir, deparan un bien. Confía en tu corazón, en ti mismo, que hay fuerzas que nunca te dejaran perderte. Pues esas fuerzas guías provienen del Amor mismo, del amor que has dado y que te han dado y que seguirás dando y recibiendo. Fortifica el amor, siéntelo siempre, guárdalo, amplifícalo, imprégnate e imprégnalo todo. Compártelo. Encuentra la serenidad. Disfruta de ésta Gran Simulación. Disfruta el viaje. No siempre tienes la oportunidad de probar LSD dentro de un sueño. La mente es infinitamente poderosa, Todo es mente. No hay límites”

Luego de estas palabras que eran como un baño de olas, recostado a la orilla del mar, me tranquilicé, “bien-viajé”, sin preocupaciones, sin miedos (tal cómo lo remarcaba repetidamente la voz en off). Comenzaron los “toboganes y resbaladillas sensoriales” (sensaciones de ajetreos juguetones, como de niño den “laberinto de juegos de atracciones”), ondas y luces de colores, “ondulaciones de banderas multicolores fluorescentes”, patrones de figuras y símbolos entrelazados formando imágenes caleidoscópicas líquidas, como proyectadas en pantallas de plasma o LCD, fractales “debilitados”, pétalos, esporas y motas de polvo luminosas, nubes de “radiación de colores” formando cristales y diamantes que a su ve formaban estructuras de paredes celulares de lo que parecían “escamas” de organismos vivos que no logré reconocer (debo hacer hincapié que todos estas interpretaciones visuales las registré al despertar, pues ya me encontraba en la fase última del sueño, la fase en que se está acabando la película mental).

Luego aparecieron los ojos, ojos de iguanas, reptiles, jaguares, gaviotas, pelícanos, águilas, ranas, seres humanos, “seres celestiales”, y todos los ojos partían en rayos alargados luminosos debilitados hacia todas las direcciones del espacio, entre lo que podría llamar “sonidos de felicidad”, “sonidos de rayos de felicidad”. No era algo que podría describir fácilmente, pero eran más bien “tonos”, “tonos alegres” es decir, tonos que percibía inconscientemente como “felices”. Y sabía que esos “tonos luminosos felices” atravesaban las “olas de los sueños” y que todos esos ojos que se “rayoalargaban” pertenecían a conciencias de seres vivos que se encontraban también durmiendo, soñando. 

De alguna forma, sabía que me encontraba en “el lugar” donde “los sueños son”, El Océano sin fin de la Eternidad que todo lo comprende. El mundo de las ideas donde toda palabra, símbolo, asociación, emoción e intelecto se entrelazan en un “ecosistema infinito” de luces y sombras de “todos” vivos. 

Dicho Océano conforma todo estado de materia, energía y fuerzas provenientes y resultantes de las interacciones entre éstas. Donde no hay nada nuevo bajo el Sol y a la vez todo siempre es nuevo. Es decir, donde todo está ya hecho, pero que a su vez, siempre salen cosas nuevas… o… bueno, esto es lo que más me resulta difícil explicar, y de tan sólo pensarlo me enredo más. Así que no ahondaré en detalles explicativos. Pero en éste Océano también comprende toda percepción de tiempo y espacio. El Gran Todo sin Nombre y sin número.

Y estaba ahí a salvo. En ese lugar donde surgen las ideas, los sueños, visiones, ensoñaciones, ilusiones, alucinaciones, delirios, toda imagen mental, percepción e interpretación óptica. Todo recuerdo, toda esperanza y planeación futura. “El lugar inmaterial” “El centro del Todo” de donde todo emana para ser cristalizado en planos densos, inferiores, exteriores, en toda forma posible imaginada.

Habían hormigueros de luces de “reflejos marinos” que cambiaban de color en secuencias parecidas a las de los foquitos navideños, “calambres y entumecimientos visuales” (amorotonamientos) parecidos a la de la estática de un televisor que no sintoniza ningún canal” Luego vinieron sonidos de cascadas de colores que se tornaron azules, grises, negros y… desperté.

Desperté preguntándome “¿Qué son los sueños?, ¡¿Qué son los sueños?!"

Me levanté como si me hubiesen realizado una trepanación, con extracción del 80% del cerebro, como papel arrugado, entumido. Sólo para prepararme mi primera taza de café matutino, como si nada de lo que hubiese soñado, el haber experimentado un “viaje ácido” dentro de un sueño lúcido, jamás hubiese ocurrido.
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