viernes, 7 de marzo de 2014

El contenido de un sueño...

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De Ciencia moderna y Sabiduría tradicional
de Titus Burckhardt
(Capítulo IV: Psicología moderna y Sabiduría tradicional)


El contenido de un sueño puede ser enfocado desde distintos puntos de vista: si se examina la materia de que está hecho, se observará que está constituido por toda clase de recuerdos; y atendiendo a ello es más o menos exacta la explicación corriente que concibe el sueño como expresión de residuos subconscientes de experiencias anteriores; también puede ocurrir, sin embargo, que un sueño contenga «materias» que en absoluto provengan de la experiencia personal del soñador y que son como las huellas de una transfusión psíquica de un individuo a otro; tal fenómeno, aunque no es frecuente, es un retazo psíquico que no consiste en una predisposición anímica determinada, sino en la aceptación de un fragmento psíquico hecho de recuerdos*. También existe la economía del sueño, y a este respecto estamos de acuerdo con la la tesis moderna según la cual el sueño manifiesta aquellos contenidos del inconsciente que vendrán a equilibrar las condiciones presentes de la vida psíquica consciente. No obstante, a la psicología moderna se le escapa la hermenéutica del sueño, a pesar de todo lo que sus representantes hayan escrito al respecto; las imágenes que se reflejan en el alma no puede ser válidamente interpretadas si no se sabe a qué nivel de realidad se refieren.

Las imágenes que se retienen de un sueño después del despertar, no representan generalmente más que las sombras de lo que fueron las formas psíquicos vividas en el mismo sueño; con el paso al estado de vigilia, se cumple algo así como una filtración, de la que es fácil darse cuenta, ya que parte de la realidad inherente al sueño se evapora con mayor o menor rapidez. Existe, sin embargo, una categoría de sueños cuyo recuerdo permanece claro y neto incluso si su sentido profundo parece ocultársenos. Estos sueños, que suelen presentarse al alba, justo antes de despertar, se acompañan de una irrefutable impresión de realidad objetiva; dicho de otro modo, implican una certeza más que mental; pero lo que les caracteriza, aparte de su influjo moral en el soñador, es la alta calidad de su lenguaje formal exento de cualquier componente turbio o caótico. Son los sueños que proceden del Ángel, es decir, de la Esencia que une el alma con los estados supraformales del ser.

Si existen sueños de inspiración divina, también debe existir su contrario, a saber, los sueños de impulso satánico que implican verdaderas caricaturas de las formas sagradas. La sensación que los acompaña no estará hecha de luminosidad fresca y serena, sino de obsesión y vértigo: es la atracción que ejercen los abismos. Los influjos infernales cabalgan a veces sobre la ola de una pasión natural que les abre la puerta, pero se distinguen de los movimientos de naturaleza elemental de la pasión por su tendencia orgullosa y negadora, acompañada bien de amargura, bien de depresión. «Celui qui veut faire l'ange fera la béte» (Quien quiera hacer el ángel hará la bestia), decía Pascal. En realidad, nada provoca tanto tan diabólicas caricaturas, en el sueño o en estado de vigilia, como la actitud inconscientemente pretenciosa que mezcla a Dios con el «yo» personal, motivo clásico de tantas psicosis estudiadas y explotadas por el psicologismo postfreudiano **.

A partir del análisis del sueño, fue como C. G. Jung desarrolló su conocida teoría sobre el «inconsciente colectivo». La comprobación de que una determinada categoría de imágenes oníricas no se explica simplemente con los residuos psíquicos de las experiencias individuales, sino que parece tener un carácter más universal y, por así decirlo, impersonal; induce a Jung a distinguir en el ámbito «inconsciente», del que se nutren los sueños, entre una zona «personal», que corresponde a la experiencia individual, y una zona «colectiva». Según la hipótesis de Jung, esta segunda zona consistiría en disposiciones psíquicas latentes de carácter no-personal que escaparían al campo inmediato de la conciencia para manifestarse sólo indirectamente a través de sueños «simbólicos» e impulsos «irracionales».

A simple vista, esta teoría no tiene nada de extravagante, prescindiendo del uso del término «irracional» en conexión con el simbolismo; se comprende fácilmente que la conciencia, centrada en el papel que el hombre asigna a su propio yo en el mundo, relegue a la sombra o a la oscuridad total ciertos campos psíquicos que no están directamente conectados con ese papel, así como una luz proyectada en una dirección determinada se difumina en la noche que la circunda. Pero Jung entiende el «inconsciente colectivo» de otra manera: para él, los contenidos de la zona no-personal del alma son inconscientes como tales, es decir, que no podrán nunca llegar a ser objeto directo de la inteligencia, sea cual fuese su modalidad o extensión: «... Así como el cuerpo humano tiene, al margen de todas las diferencias raciales, una anatomía común, también la psyché posee, al margen de todas las diferencias culturales y de conciencia, un substratum común que he definido como inconsciente colectivo. Esta psyché inconsciente, común a toda la humanidad, no consiste en contenidos susceptibles de llegar a ser conscientes, sino en disposiciones latentes hacia ciertas reacciones siempre idénticas»***.

El autor insinúa que se trata de estructuras ancestrales que tienen sus raíces en el orden físico: «El hecho de que este inconsciente colectivo existe es simplemente la expresión psíquica de la identidad de las estructuras cerebrales más allá de todas las diferencias raciales.
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* Tales transfusiones de «fragmentos - psíquicos han dado lugar a la falsa hipótesis de una “reencarnación” del alma. La reencarnación de las almas, enseñada por el Hinduísmo y el Budismo, se entiende en sentido simbólico y significa que el alma se «reviste» de aquello que, en otro plano existencial corresponde a la materia física; es probable que la masa de creyentes tome esta teoría al pie de la letra. También existe la comunicación de ciertos influjos psíquico-espirituales que tenía su importancia en la sucesión tibetana de los llamados -Budas vivientes». Cfr. René Guénon, L'erreur spirite, París, 1923.

** Generalmente la psicología moderna saca sus observaciones de los casos patológicos, de modo que sólo ve el alma desde una perspectiva clínica.

*** Introducción al libro Das Geheimnis der goldenen Blüte [El secreto de la flor de oro], traducido del chino por Richard Wilhelm, Munich, 1929, p. 16.

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