jueves, 4 de julio de 2013

En busca de un remedio al vacío existencial...

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De Viktor E. Frankl: “La voluntad de sentido” 
En busca de un remedio al vacío existencial
por el Dr. Aquilino Polaino Lorente 

El hombre es un ser empeñado en la búsqueda de un sentido, del logos. Ayudar al hombre a encontrar ese sentido es un deber de la psicoterapia y el objetivo de la logoterapia. Hoy como ayer, el hombre que no encuentra sentido a su vida, se hunde en el vacío existencial. Este es el diagnóstico que viene afirmando ininte-rrumpidamente el psiquiatra austríaco Viktor E. Frankl a lo largo de medio siglo y que ahora retoma en su nuevo libro La voluntad de sentido.

Muchas personas en la actualidad hacen lo que no quieren y tal vez quieren lo que no hacen, o posiblemente imaginen querer o deseen hacer lo que otros parece que quieren. En el fondo, unos y otros parece que ni siquiera saben ya lo que quieren. Tal vez lo que determina finalmente su toma de decisiones es el deseo de imitar lo que los demás hacen (conformismo) o secundar dócilmente y realizar sólo aquello que los demás quieren que realicen (totalitarismo).

Es probable que una persona que se comporta de esta forma descubra, años más tarde, la inutilidad de su existencia. En el fondo, su existencia estaba vacía mucho tiempo atrás, antes de que lo descubriera, puesto que las opciones por las que se decidió en ningún caso comprometieron, como sería de esperar, su libertad personal, sino que eran más bien irresponsables. A esa falta de contenido de la propia vida es a lo que el autor denomina “vacío existencial”.

Más allá de la sexualidad

La imagen del hombre que se puso en circulación a partir del psicoanálisis de Freud, propaló que eran los instintos los que indicaban al hombre lo que tenía que hacer en cada caso. Paradójicamente, este determinismo, negador de la libertad humana, hizo fortuna cultural, hasta el punto de que algunos sectores de nuestra sociedad le dieron cierto crédito. Pero la sexualidad no dice al hombre, lo que éste tiene que hacer — y mucho menos lo que tiene que querer — para ser feliz.
 
Freud, al sexualizar el concepto de neurosis — al vincular la etiología de la neuro-sis a la represión y/o insatisfacción sexual —, neurotizó el concepto antropológico que hasta entonces se tenía de la sexualidad humana. Hoy se descubre que el sexo así entendido no sólo no libera sino que neurotiza. De hecho, la gente que no sabe amar obtiene del sexo una satisfacción mucho más deficitaria que los que sí saben. Es como si únicamente humanizando la sexualidad, ésta alcanzase no sólo su mayor satisfacción sino también la plenitud humana que debe caracterizarla.
 
La promiscuidad, el abuso de la pornografía y la impotencia sexual son algunas de las consecuencias de esta degradación del consumismo erótico, en que ha devenido la sexualidad humana siguiendo el modelo antirrepresivo auspiciado por Freud. Contrariamente a lo que algunos piensan, Freud no sólo no fue el autor que liberó la sexualidad humana, sino el que más contribuyó a neurotizarla.

El modelo del homo necessitudinis

“Hace tiempo — escribe Frankl — que no se reprime el problema sexual, como en la época de Sigmund Freud, sino el problema del sentido (...); hoy los pacientes ya no vienen a nosotros, los psiquiatras, con sus sentimientos de inferioridad como en la época de Alfred Adler, sino con la sensación de falta de sentido, con un sentimiento de vacío, que yo, califico de vacío existencial”.
Cuando un hombre no encuentra sentido a su vida, es posible que satisfaga esa primaria y elemental necesidad de entregarse a la satisfacción de otras necesida-des jerárquicamente más bajas (sexo, alcohol, drogas, etc.). A lo que parece, de lo que toda persona humana tiene necesidad es de encontrar un sentido para su propia existencia. Pero el modelo antropológico que pone de manifiesto esta necesidad primordial ha sido sistemáticamente ignorado por el hombre de nuestro tiempo.

Preguntarse por el sentido de la vida, por su valor, no es una manifestación sin-tomática de que el hombre esté enfermo, como pensaba Freud. “El hombre, al interrogarse por el sentido de la vida, más que eso, al atreverse a dudar de la exis-tencia de tal sentido, sólo manifiesta con ello su esencia humana (...); tal pregunta no es la manifestación de una enfermedad psíquica sino la expresión de madurez mental, diría yo”.

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“En la sociedad de la abundancia, el estado de bienestar social prácticamente satisface todas las necesidades del hombre; hasta algunas necesidades en realidad son creadas por la misma sociedad de consumo. Sólo hay una necesidad que no encuentra satisfacción y ésa es la necesidad de sentido en el hombre, ésa es su ‘voluntad de sentido’, como yo la llamo”.
Paradójicamente la antropología formulada por Frankl ha sido ignorada, mientras los psicoanalistas defendían otro modelo antropológico, mucho más zoológico, que sólo daba primacía a la vida de los instintos.

Psicoterapeutas sumergidos
 

Desde la perspectiva de la logoterapia, defendida por Frankl, la terapia psicoanalítica — también conocida como psicología profunda — se nos aparece como una psicoterapia enmascaradora, puesto que no va más allá de lo que realmente pre-ocupa al hombre (la busca de sentido), sino que enmascara esta preocupación, a través de interpretaciones, por cuya virtud se centra exclusivamente la preocupación humana en algo periférico (la satisfacción sexual).

Por otra parte, el psicoanalista jamás da la cara al paciente. Parapetado en la neutralidad y en la indiferencia — con esos eufemismos suele describir la situación terapéutica —, reconduce al cliente, a través de sus interpretaciones y silencios, a donde éste ni quiere ni se ha planteado ir: a contar sus experiencias sexuales. Al hacer de la sexualidad la columna vertebral del análisis psicoterapéutico, inevitablemente se conduce al paciente a la consideración de que su sexualidad está alterada, (precisamente por eso, debe ser analizada), al tiempo que se le crea la falsa expectativa de que sus traumas desaparecerán, cuando las represiones a las que la sexualidad fue sometida dejen de estar latentes y se hagan manifiestas, gracias al psicoanálisis. Al proceder así, el psicoanalista actúa como una mano invisible, como un psicólogo sumergido que, desde su escondite, mueve los hilos del guiñol en que ha transformado a su paciente.

Del “yuppie” al “hang up”

A la inflación sexual, consecuencia del freudismo han seguido otras necesidades a cuyo alcance y satisfacción se dedican muchos hombres, sin apresar otra cosa que el vacío de su existencia.
La búsqueda del placer recorre hoy senderos, antiguamente muy poco transitados, que comportan un cierto riesgo. Este es el caso de la voluntad de prestigio, un sucedáneo de la voluntad de poder de antaño, que ahora se formaliza como éxito profesional. Y con la búsqueda de prestigio, la voluntad de tener la mayor cantidad de dinero posible. Como, si el tener más hubiera de dar inevitablemente un mejor sentido al ser.

El placer, el dinero, el éxito y el tener son como los cuatro puntos cardinales que constituyen el mapa de referencias, la carta de navegación que aparentemente toman muchos jóvenes contemporáneos para erróneamente tratar de encontrar un sentido a sus vidas, para conducir a un puerto seguro sus personales trayectorias biográficas. Con esos pseudovalores se ha vertebrado un modelo antropológico exitoso — el yuppie — que, lamentablemente, hoy tratan de imitar muchos jóvenes universitarios.

Pero el protagonismo, de ese modelo es incompleto. Se silencia o se oculta el abismo final en el que terminan algunos de los que siguieron esta trayectoria: el complejo o debilidad en que se sumergieron las personas exitosas que sacrificaron el sentido de su vida y la lealtad a él, a cambio de obtener un mayor éxito, más poder económico o más placer. A esto es a lo que en el argot juvenil norteamericano se le conoce hoy con el término de hang up.

La autotrascendencia como sentido

La experiencia de encontrarse existiendo — algo de lo que se ha venido ocupando el Prof. Arellano — revela un acontecimiento absoluto: aquello por lo que se me da todo lo que se me da, de manera que sin ello no se me da nada por ningún otro acontecimiento. La situación de encontrarse existiendo, cuando uno no tiene en sí la razón de su origen ni la razón de; su término, permite alcanzar por nuestra autoconciencia el hecho de la donación de nuestra propia existencia. Mas aún, el mismo hecho de encontrarse existiendo también me ha sido dado e inicialmente no me pertenece, es decir, no es mío aunque erróneamente lo pueda considerar como lo mío. La autoconciencia de este acontecimiento absoluto da sentido a la vida del hombre, porque la defiende de cualquier enajenación o posible extravío. Esa misma radicalidad de la autoconciencia de encontrarse existiendo puede constituirse en la fuente que da sentido a la propia vida, puesto que encamina a ésta a estar permanentemente dispuesta a darse a sí misma.

En este juego incesante de la aceptación de lo dado y de la permanente disponibilidad del darse es donde emerge la experiencia de la libertad y la misma libertad humana. Este juego es el que en verdad realiza al hombre que, en tanto que aceptante/donante de sí mismo, está siempre y prontamente dispuesto a la solidaridad, sin caer en la seducción ni en la fascinación de tomarse lo dado a sí mismo como algo propio que le perteneciera.

En mi opinión, en esto consiste el sentido de la vida. Como escribe Frankl, “el hombre en último término puede realizarse sólo en la medida en que logra la plenitud de un sentido fuera en el mundo, y no dentro de sí mismo. En otras palabras, la autorrealización se escapa de la meta elegida al tiempo que se presenta como un efecto colateral, que yo defino como autotrascendencia de la existencia humana. El hombre apunta por encima de sí mismo hacia algo que no es él mismo, hacia algo o alguien, hacia un sentido cuya plenitud hay que lograr o hacia un semejante con quien uno se encuentra”.
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