lunes, 15 de abril de 2013

Polvo de estrellas

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 Del capítulo Cosmosofía
del libro Los Hijos de la Luz: Ensayo sobre historia, tradiciones, mitos, leyendas y fábulas de la masonería universal de Raymond François Aubourg Dejean, traducción de Gloria Susana Mariño de Aubourg

En los últimos milenios, hemos hecho los descubrimientos más asombrosos e inesperados sobre el universo y el lugar que ocupamos en el. En el último tercio del siglo XX, y ya en la frontera del nuevo milenio, el hombre ha iniciado el dominio del átomo, del electrón, de la célula y de la molécula y como consecuencia, está en condiciones de transformar casi todo. Los esclavos humanos fueron sustituidos por la máquina y ahora por otros servidores: los microchips y los genes, que no podemos ver con nuestros ojos, pero que llevan en su interior la transformación del mundo. Se han roto las cadenas de la gravedad. Se ha descifrado el código genético y sabemos que la vida es una cierta disposición de la materia. Se ha iniciado la exploración y explotación del espacio. Desde satélites o desde la tierra y gracias a los rayos X, los rayos infrarrojos, ultravioletas y la radiación Gamma, se auscultan estrellas y galaxias situadas a millones de años luz de nuestro planeta. Hemos examinado el universo en el espacio y descubierto que vivimos en una mota de polvo.

En otros campos, se han vencido enfermedades hasta hace poco mortales. Se han empezado a sustituir partes decisivas del organismo. Se sustituyen el cobre por la fibra óptica, el acero y el aluminio por el plástico, el petróleo por la fusión nuclear. Se han inventado el radar, el láser, la penicilina y los plásticos. Se quiere sustituir el electrón por el fotón y se han desterrado, en cierta medida y en determinadas sociedades, el hambre, el dolor y la enfermedad. Creemos conocer la fecha de nacimiento del universo y hemos aprendido que somos a la vez testigos y participantes efímeros en un proceso de evolución comenzado hace miles de millones de años y que abarca a la naturaleza entera. Sabemos que el ser humano no ha existido siempre; en las escalas de tiempo de la astronomía, su aparición es muy reciente. Emerge de una larga serie de antepasados entre los cuales reconocemos las células primitivas, los metazoarios, los peces, los anfibios, los reptiles, los mamíferos y los primates. Hace menos de 10 millones de años, evolucionaron los primeros seres que se parecían a seres humanos. Sabemos que la evolución funciona mediante la mutación y la selección y sabemos que los átomos de nuestros huesos y de nuestra sangre se forjaron en estrellas a años luz de distancia de nosotros, o que incluso las partículas más antiguas de las que están compuestos estos átomos son fósiles de energías y fuerzas apenas comprensibles que existieron en el primer microsegundo de la creación.

Virginia Woolf decía: “...La naturaleza nos ha confeccionado híbridamente de arcilla y de diamante, de arco iris y de granito..”. Ahora podríamos añadir que el hombre está compuesto de la inimaginable cifra de 10 elevado a 29 partículas elementales y podemos decir: “... Somos polvo, polvo de estrellas, polvo de estrellas que anda...” , lo cual no es sólo una frase poética. Para Monod «... Se ha roto la antigua alianza y el hombre sabe, por fin, que está sólo en la inmensidad indiferente del cosmos, del que ha emergido por azar...». Sabemos también que el hombre vive en un pequeño planeta, la Tierra, que es arrastrado a velocidades fabulosas por su estrella: el Sol, a través del espacio interestelar. Hace poco que sabemos, además, que se trata de un astro muy corriente, de los que hay no menos de diez mil millones en su propia isla estelar: la vía láctea, que contiene unos 400 mil millones de estrellas de todo tipos que se mueven con una gracia compleja y ordenada.
 
Nuestros antepasados observaron la elegancia de la vida en la tierra, lo apropiadas que eran las estructuras de los organismos a sus funciones; consideraron esto como prueba de la existencia de un gran diseñador, un «Gran Arquitecto del Universo», que proporcionaba meticulosamente a la naturaleza, significado y orden y no podemos evitar pensar en el delicado y necesario equilibrio de la especie humana.

En todas las épocas, nos ha fascinado estas preguntas. ¿ Dónde estamos, quienes somos ?; actualmente esta muy claro que vivimos a unos 30.000 años luz del núcleo galáctico, en los bordes de un brazo espiral donde la densidad de estrellas es relativamente reducida. Vivimos en un planeta insignificante de una estrella ordinaria en las afueras de una galaxia ordinaria. Somos unos seres solos en el cosmos, que Prigogine llamaba: “... Gitanos en las fronteras del universo...”, de un universo fragmentado, rico en diferencias cualitativas y en potenciales sorpresas, de una naturaleza compleja y múltiple, en la que los procesos irreversibles y la aleatoriedad juegan un papel esencial y en la que la reversibilidad y el determinismo son solamente casos particulares. Queda todavía mucho por comprender sobre el origen de la vida, incluyendo el origen del código genético. «...Sabemos pues ... que sabemos...»; pero, nuestro mejor saber es que sabemos que sabemos poco del misterio de la vida.
 
Decía Aristóteles «...Todo hombre por naturaleza, desea saber...» y es cierto que tenemos esta increíble ansia por aprender; estamos impulsados a conocernos a nosotros mismos por dentro y por fuera; pero, si esto no es suficiente, inventamos explicaciones, razones y relatos que nos dicen dónde estamos y cómo somos.

 

Creamos leyendas, historias, fábulas con las cuales construimos lo que llamamos «tradición»; esta es nuestra manera de ser; inventamos mecanismos que nos pueden llevar más allá de nosotros mismos. Tenemos instrumentos que nos permiten ver lo que no podemos ver, oír lo que no podemos oír, ir a lugares a los que no podemos ir, y vamos a estos sitios, y vemos esas cosas, y las oímos y nos hacemos siempre las mismas preguntas: ¿Qué significa ? ¿Cómo formamos parte de todo esto? Deseamos descubrir nuestro pasado, conocer nuestro presente y establecer nuestro futuro. También deseamos descubrirnos a nosotros mismos, descubriendo la «Vía Real» que nos permite entender el lazo que tenemos con el universo y con su Creador, como parte microcósmica de El y El, como parte macrocósmica de nosotros.
 
A pesar de las invenciones e innovaciones de nuestro mundo moderno; a pesar de los prodigios técnicos y la evolución material de nuestro siglo de la luz, el hombre no es más feliz; siente malestar; continúa inquieto y angustiado, puesto que perdió la conciencia de su origen del primer día desaparecido y olvidado; le falta algo, el reencontrarse con el lazo original, con el pasado lejano, con la fuente primordial.
 
La tradición nos transmite el mensaje de un pasado lejano, aquel de nuestro orígen; pero, hemos olvidado esta unidad creadora, ese tiempo primordial; pero sin duda, nuestra memoria insconsciente nos incita a buscar con nostalgia las Leyes del mundo que ella nos ha transmitido y que queremos interpretar según el lenguaje de nuestra época.
 
En el ansia de conocer lo desconocido, el hombre tiene necesidad de imaginar y gusto de lo irracional que soporta su capacidad de soñar. Por eso, extrapola éste tiempo olvidado; se le ilustra con quimeras, con cuentos; forjando unos mitos brumosos e improbables con el fin de satisfacer su deseo de lo maravilloso; intentando justificar su desconocimiento por lo fantástico; de explicarlo y de comprenderlo por la alegoría de la leyenda. El hombre quisiera que su pasado fuera «bello»; por eso, agrega un poco de decoro, de fantasía y de magnificencia a lo ordinario, para que los demás lo envidien, para que deseen ser como quisiera ser él mismo, para que lo admiren sus hijos, para los cuales quiere ser su héroe, y sus amigos para los cuales debe ser «gente buena»; para que lo admiren más, para que lo amen más, y para que sus enemigos lo odien más. 
El hombre quiere ser admirado; es por eso que decora la realidad con adornos magníficos; es por el odio de lo ordinario y de lo mediocre que el hombre transforma la verdad en mitos, leyendas y fábulas; las cuales, sin contradecir la verdad, la presenta en una forma más valiosa; para embellecer a los que participaron en su desarrollo y a sí mismo. Con el tiempo y con el paso de las generaciones bañadas en este mito que se volvió viviente en el espíritu de su comunidad, el hombre lo aceptó como verdad y al final se lo cree; se identifica con él, transmitiéndole como testimonio de lo que él mismo ha aceptado como su historia.
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