miércoles, 10 de abril de 2013

Milagros Taoístas


 De Las mejores leyendas Taoístas de Lieh - Tzu, Chuang - Tzu y otros
 
En Chi-nan Fu vivía cierto monje taoísta.
No se de dónde venía ni cuál era su nombre. Invierno y verano por igual, vestía sólo una túnica sin forrar, un cinto amarillo alrededor de la cintura, y no usaba ni camisa ni pantalones. Se peinaba el cabello con un peine roto, tomando los extremos de su boca, como si éstos fueran las cuerdas de un sombrero. Durante el día vagaba por los mercados, por la noche dormía en la calle y, a una distancia de varios pies a la redonda de donde se echaba, el hielo y la nieve se derretían.

Cuando llegó a Chi-nan, acostumbraba realizar milagros, y la gente rivalizaba entre sí para hacerle regalos. Un día, un hombre de mala reputación le dio una cantidad de vino y, a cambio, le pidió que le revelara el secreto de su poder. Cuando el monje se rehusó, el joven esperó a que éste entrara al río para bañarse y huyó con sus ropas. El monje lo llamó para que se las devolviera, prometiéndole que haría lo que el joven le había pedido. Pero el último, desconfiando de la buena fe del monje, rechazó la oferta.
Entonces, el cinto del monje se transformó en una serpiente de varios palmos de circunferencia, que se enroscó alrededor de la cabeza de su nuevo amo y siseó terriblemente. El joven cayó de rodillas y le rogó humildemente al monje que le salvara la vida, ante lo cual el monje se puso otra vez el cinto; la serpiente que había parecido ser el cito, se fue reptando y desapareció.

La fama del monje quedó así firmemente establecida, y la gente y los oficiales lo invitaban constantemente a sus fiestas. Poco a poco, el monje dijo que pensaba convidar a sus anfitriones a una fiesta de agradecimiento y, en el momento oportuno, cada uno de ellos encontró en su mesa una invitación formal para un banquete en el Pabellón del Oeste.
Nadie supo quién había llevado las cartas. Todos asistieron y fueron recibidos en la puerta por el monje, con su atuendo habitual. Sin embargo, cuando entraron en el lugar, se encontraron con que éste era un sitio desolado y yermo, y que no había banquete alguno.

"Me temo que estaré obligado, caballeros, a pedirles que me permitan utilizar a sus ayudantes", les dijo el monje a sus huéspedes. "Soy un hombre pobre y no tengo sirvientes". En cuanto todos consintieron, el monje dibujó una puerta doble en la pared y llamó, golpeando con sus nudillos sobre ella. Alguien contestó inmediatamente desde adentro, y la puerta se abrió al instante. Un arreglo espléndido de hermosas sillas y mesas cargadas con exquisitas viandas y vinos costosos irrumpió ante la vista de los sorprendidos huéspedes. El monje les pidió a los ayudantes que recibieran esas cosas desde el interior de la puerta y las llevaran afuera, advirtiéndoles que por ninguna causa hablaran con la gente de adentro. Y así fue como un entretenimiento más que lujoso les fue dado, para gran asombro de todos los presentes.

Ahora bien, este Pabellón estaba asentado sobre la orilla de un pequeño lago, y todos los años, en la estación propicia, quedaba literalmente cubierto de lirios; pero en el momento de la fiesta, el tiempo era frío, y la superficie del lago tenía un color verde ahumado. "Es una lástima", dijo uno de los huéspedes, "que los lirios aún no hayan florecido", un sentimiento que todos compartieron, pero repentinamente, un sirviente vino corriendo para decir que en ese instante, el lago era una perfecta masa de lirios. Todos saltaron y corrieron hacia la ventana, y... ¡era así! Al minuto siguiente, el fragante perfume de las flores fue traído por una suave brisa. Sin saber muy bien qué hacer ante esta extraña vista, enviaron a algunos de sirvientes en un bote para que juntaran lirios, pero volvieron con las manos vacías, diciendo que las flores parecían cambiar de posición cuando se les acercaban. El monje se rió de esto y dijo: "Son sólo los lirios de la imaginación de ustedes y no tienen existencia real". Más tarde cuando se sirvió el vino, las flores comenzaron a caer, y poco a poco, una brisa desde el norte se llevó todo signo de ellas, dejando el lago tal como había estado antes.

Cierto Taot'ai (un alto oficial del gobierno) en Chi-nan había simpatizado con el monje y le había dado habitaciones en su yamen (residencia). Un día, unos amigos habían ido a cenar, y el Taot'ai puso ante ellos un vino añejo muy selecto que tenía, del cual sólo sacaba una pequeña cantidad cada vez, ya que no quería terminarlo muy rápidamente. A los huéspedes, sin embargo, les gustó tanto que pidieron más, ante lo cual el Taot'ai dijo que "lo lamentaba mucho, pero se había terminado". El monje sonrío y dijo: "Yo les puedo dar un poco a los caballeros, si ellos lo aceptan", e inmediatamente insertó la olla de vino en su manga, sacándola llena de esta bebida, y les sirvió el vino a los huéspedes. Este vino tenía exactamente el mismo sabor que el que habían estado bebiendo, y el monje les dio tanto como desearon. El Taot'ai tuvo sospechas de que algo andaba mal. De manera que, después de la cena, fue a la cava a mirar su depósito. Entontró las botellas perfectamente cerradas, con los sellos intactos... pero cada una de ellas estaba vacía. Con gran furia hizo que el monje fuera arrestado por hechicería y procesado con golpes de bambú. Pero no bien el bambú comenzó a tocar al monje, era el Taot'ai mismo quien sentía el dolor, que aumentaba con cada golpe, y en un momento el monje estaba chillando y gritando, mientras el Taot'ai se sentaba en un charco de sangre*. En consecuencia, el castigo se detuvo rápidamente y el monje fue condenado a abandonar Chi-nan, lo que hizo de inmediato, sin que nadie supiera hacia dónde se había dirigido. Más tarde fue visto en Nanking, vestido exactamente como antes, pero cuando le hablaban, sonreía y no respondía en absoluto.
 
* El monje taoísta fingía sentir el dolor de los golpes, pero éste era transferido al cuerpo del Taot'ai, mediante el arte mágica.
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Éste es un cuento popular que narra las hazañas de un monje taoísta con mucho sentido del humor y también de la justicia..
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